
De alguna forma logré llegar a Esterillos sin derretirme por completo, pero casi… podría haber llenado varias botellas con todo lo que sudé.
En el camino hice un par de consultas para saber qué tan peligroso es pernoctar aquí y al final decidí jugármela.
Ya es casi el final de la tarde y hay buenas olas bajo un cielo tormentoso. No hay tiempo que perder. Dejo a Jr. bien parqueado al borde de un abismo que da al mar, saco el Longbough, cierro todo y entro al agua.
Las olas están buenas y no hay casi nadie en el agua. Me voy hasta el puro fondo y espero las bombas que vi desde afuera.
Agradecido de estar en el agua vuelvo a ver a la tierra y cuando veo que ahí está mi casita casi no lo puedo creer, me pone muy contento esta situación.
Poseidón me manda regalos y me voy surfeando feliz, conectando secciones casi hasta la casa una y otra vez hasta que finalmente ya no queda nadie en el agua y prácticamente no se ve nada. En ese momento clásico y tenebroso en el que uno queda solo con la oscuridad decido agarrar una última y me voy surfeando casi ciego hasta salir frente a Jr. María.
Monto el tablón en la percha con doble candado y saco el paño para secarme en el banquito frente al mar. Ya viéndolo desde afuera estoy feliz de estar en tierra firme, viene una tormenta de altamar y el cielo aquí arriba está a punto de reventar. Antes de terminar de secarme se alza un viento furioso que viene sin duda como precursor de la tormenta de mar adentro. Vuelvo a ver todo alrededor y no hay nadie por ninguna parte, el lugar está desolado. Toda la gente, y hasta los animales se han refugiado en algún lado, ni un pájaro se ve.
Queda solo el silencio y el vacío antes del estallido.
Un poste de luz solitario enciende su luz y le da la bienvenida oficial a la noche.
Empiezan a caer las primeras gotas; goterones inmensos y fríos se estrellan contra mi piel salada como balazos celestiales.
Me pongo las chanclas, le doy una vuelta a la casa para ver que todo esté en orden, echo un último vistazo al horizonte y me encierro en mi guarida.
Inmediatamente se raja el cielo al mismo tiempo que llega la tormenta de ultramar. Escucho el diluvio caer sobre el techo de fibra de vidrio y me encanta, suena delicioso. Las ráfagas de viento y lluvia azotan el costado frente al mar y se menea toda la casa. Un rayo ilumina todo por un instante y deja todo más oscuro que nunca. El trueno sacude las tinieblas. Mis adentros se acomodan de un susto con el profundo rugido y los retumbos se mezclan encaramados unos sobre otros en un tronar sin parar… Me asomo por la ventana para ver los rayos que caen en el mar a través de la lámina de agua que baja por el vidrio y siento la tormenta agarrando cada vez más fuerza.
Vuelvo a cerrar las cortinas muy agradecido de tener un buen refugio y en ese momento me doy cuenta de que esta noche nadie me va a molestar, la tormenta sería mi bendición.

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