Patagonia a dedo

Carretera Austral, Patagonia Chilena

Suena el agudo chillido de las cadenas de un viejo columpio, vuelvo a ver a Wouter desde lo alto. Me tiro y libero los ruidos extraños que solo hacen las latas de un tobogán de metal. Wouter es un Holandés pura vida que conocí en Futaleufú, y vamos en la misma dirección. Hemos aprendido que el entretenimiento es clave para sobrevivir mentalmente las largas esperas haciendo dedo en la Patagonia, y por eso ahora estamos en un playground. Otra cosa que aprendimos es lo impresionante rápido que se agudizan los sentidos para no perderse ninguna oportunidad. Uno escucha un carro y sabe de qué lado viene cuando está a varios kilómetros, a larga distancia se determina con el ojo el tipo de vehículo, sus ocupantes, y cantidad de campos libres adentro y afuera (caso de pickups, camiones, motos…) Todo esto con el fin de implementar la mejor estrategia.

Escuchamos algo cuando ya está demasiado cerca, pero viene muy lento y no podemos identificarlo hasta que lo vemos. Pasa un rebaño de unas sin cuenta ovejas. Ninguna nos quiere llevar.

Poco después oímos un carro que se viene desarmando, es un pickup negro cabina sencilla, el chofer su único ocupante, buenos chances de que nos lleve. El mae para y apenas yo confirmo Wouter tira los bultos en el cajón. El señor insiste entonces nos metemos los dos en la cabina. Resulta ser un soldador, muy buena nota. De camino se me sale de la bolsa el teléfono, que es lo único que tengo en el viaje y hace de cámara, compu, diario y todo excepto teléfono, pero por suerte me doy cuenta y lo rescato de entre el asiento y algunos filos metálicos de la puerta, con un rayonazo en el plastiquillo de la pantalla. Es un ride corto pero nos ayuda tremendamente porque nos lleva casi todo el camino de vuelta hasta la Carretera Austral (principal). Le damos las gracias y nos bajamos adonde él cruzará a la izquierda. Pero justo antes de irse se baja del carro y nos pide que nos esperemos un toque mientras jala la palanca y echa el asiento completo para adelante, dándonos apenas suficiente tiempo de suspenso para imaginarnos lo peor, pero no suficiente para reaccionar. Mete la mano y saca un par de birras! Heladas, mágicas, perfectas.

Ese fue el primer ride con birras, pero más adelante llegaríamos a tener tanta suerte que se convertiría en una tradición, hasta llegar al punto que si alguien nos llevaba y no nos regalaba birras, nos poníamos tristes!

Otro ride con birras el mismo día nos lleva hasta la principal. Ahí una pareja de uruguayos mayores buenísima gente nos lleva hasta La Junta. De camino pasamos una parte donde están arreglando la calle y vemos literalmente decenas de mochileros haciendo dedo bajo la lluvia, y sabemos lo afortunados que somos.

Llegamos a un hospedaje tarde en la noche y como nadie responde nos metemos por la puerta de atrás, que Wouter encontró sin llave. No hay nadie. Cuando llegan los dueños y nos encuentran sentados comiendo en la sala se vuelven locos… Después de dejarlos desahogarse y aguantar un rato sus amenazas de llamar a la policía los convencemos y nos quedamos esa noche ahí, aunque no en los términos más amigables.

La mañana siguiente pasamos seis horas esperando haciendo dedo sin que nadie nos llevara, entretenidos de cualquier forma posible. Muerte a la caja de vino. Nos hacemos expertos tirando piedras.

Llegamos a la sección del glaciar Ventisquero Colgante y encontramos en el bosque un camping buenísimo, con un bus!

Llega el chileno Matías y se baja una Israelí a preguntar algo pero no se queda porque ya seguía su bus, lástima… Prendemos el fuego en una estufa adentro del bus con una chimenea de lata que se encarga de llevar el humo afuera y esta buenísimo, pienso que lo único que podría pedir es que vuelva la Israelí.

Vuelve la güila con cuatro maes israelíes y una chilena! Compramos birras y empieza la fiesta en el bus con todo y la dueña del camping. Experiencias en la carretera austral. Bien acurrucado y calientito paso la noche.

Nos levantamos y vamos al Ventisquero Colgante con Danielle y Oz el mago, muy tuanis.

Nadie para llevarnos al Bosque Encantado, entonces volvemos a Puyuhuapi y alquilamos una cabaña entre todos y hacemos un fuego, gran cena, vino y fuerte desayuno.

El Bosque Encantado es impresionante, no hay superficie que el musgo no cubra. Salimos del bosque y brincando sobre las rocas gigantes río arriba llegamos al final, hay una laguna espectacular, de los lugares más chuzos del paseo.

Volvemos a la carretera y en lo que Wouter y yo nos metemos al bosque a traer nuestras mochilas (las habíamos dejado escondidas y amarradas a un árbol), Danielle ya nos tiene un ride esperando. Nos despedimos rápidamente de ella y Oz, ellos al norte y nosotros al sur.

Nos montamos en el pickup doble cabina blanco con una familia que no va exactamente adonde planeábamos, pero decidimos ir igual. Una media hora después de haber salido de la principal nos volvemos a ver y decidimos que ya no queremos ir. Sabemos que estamos en medio de dos medios de la nada y que es jugárnosla, pero cualquier cosa dormimos debajo de un puente entonces le pedimos que nos deje ahí.

Bajamos las cosas y cruzamos el puente para ver el rótulo que está viendo para el otro lado, a ver adonde estamos:

“Puente Sin Nombre”

“Arroyo Sin Nombre”

2 comentarios en “Patagonia a dedo

Deja un comentario