El mensajero caminante 1.2 

La vieja dejó libre una sonrisa seguida de una expresión de sorpresa. Desde que le enseñó a leer Raúl había devorado cuanto libro cayera en su camino, y su vida era el camino.

-El placer será compartido, pero primero veamos que dice Alejandro.

Sacando el lazo Raúl extendió el pergamino mientras la vieja colocaba la linterna de aceite sobre la mesa.

Querida madre,

Sé que hace mucho tiempo no te escribo, pero será porque te llevo en el corazón. En mi corazón de corazones. Ya Raúl te habrá dicho que he decidido cruzar, ese nunca se puede quedar callado, pero quiero decírtelo yo también. Ya sabes que María quiere cruzar hace años y cuando algo se le mete en la cabeza no hay manera de sacárselo. He hecho todo lo posible por convencerla de quedarnos de este lado, pero es inútil. Ha preparado todo y barcos sobran, me dijo que ella se va con los niños, con o sin mí y con o sin tus “bendiciones.” Lo único que me ha permitido es tiempo para enviar este mensaje y esperar tu respuesta. Ah, y me ofreció dejarme a Lucas, si decidiera no cruzar, seguro por las pulgas. Sé que no hay caso en tratar de convencerte a vos, pero sí que me alegraría verte. Aquí cada día hay menos gente, y más barcos, nadie sabe de dónde salen, ya Raúl te contará. Las tormentas cada vez azotan más fuerte y más frecuente, destruyendo todo excepto los barcos, su madera parece ser inmune a todo, eterna, invencible. Si puedes ver una ventana de buen tiempo para navegar podrías salvar la vida de tus nietos, o por lo menos darles una oportunidad de llegar al “otro lado,” si es que hay algo del otro lado, si es que existe… Ya sabes que si fuera por mí me quedaría, pero amo a mi familia y sé que no podría vivir sin ellos y María está obsesionada y me temo que sería capaz de irse sin mí o alguna locura como amarrarme mientras duermo y llevarme a la fuerza. Ella está convencida de que cruzar es la única forma de sobrevivir. Dice el viejo Tomás que hasta los animales están cruzando. Según él, vio desde el faro un barco lleno de lobos que se fue aullando hasta el horizonte en la última luna llena. Todos escuchamos los aullidos, pero la niebla no dejó ver nada y él dice que los vio salir de la niebla antes de perderse en el horizonte con el telescopio que dejó aquel capitán, desde lo alto del faro. Aquel capitán que llegó a morir en la costa sin decir palabra. Lo único que jamás ha salido de ese horizonte, y hace ya 29 años de eso. Creo que Tomás ha estado tomando demasiado, pero la gente cree lo que quiere creer, y dicen que los animales saben, y que si se van es por algo, como cuando las ratas abandonan un barco. En fin, solo quería contarte para que tuvieras una idea como está la cosa por aquí. Los chicos te mandan un abrazo y María te manda saludes. Espero que nos volvamos a ver.

Un abrazo

Ale

 

Al terminar de leer Raúl le dió el pergamino a la vieja.

-Voy a ver que dicen los vientos, ya vengo. -dijo saliendo de la casa. Le pareció ver lágrimas sobre las cataratas en aquellos ojos y quiso dejarla sola unos momentos. 

Afuera el helado viento silbaba entre los pinos y la nieve volaba por los aires, tiñendo todo de blanco. Aprovechó para orinar y se dio cuenta lo fría que se había puesto la noche antes de volver a entrar.

La vieja estaba poniendo agua a hervir sobre el fuego y parecía haber recobrado su compostura, si es que la había perdido. Con ella nunca se sabe, pensó Raúl.

-Qué suerte que esta tormenta no empezó ayer, me hubiese congelado durmiendo afuera.

-Ah sí, suerte. -dijo la vieja mientras echaba unas hierbas secas en dos tazas. -En algún lugar se hubiera metido, pero no creo que se hubiera congelado…

-Me imagino que sí, pero me alegra que me agarró aquí. -dijo sonriendo

Ambos se sentaron frente al fuego, la vieja en su poltrona y el mensajero en una silla que arrimó de la mesa. 

El mensajero caminante

 

1

Raúl saborea el pan como si fuera el manjar más delicioso del mundo, comiéndose hasta las boronas que caen sobre la mesa de madera. 

Doña Rosa le sirve otro vaso de agua, esperando pacientemente a que el mensajero esté listo para hablar. Los segundos parecen eternos.

-Viene una tormenta, será mejor que pase la noche aquí. 

-Fuerte?

-Tres días y tres noches. Puede dormir en el sofá. Hay mucho que hacer por aquí y me caería bien la compañía. Además, se ve que le caería bien un descanso. ¿Cuánto lleva caminando?

-Dos lunas  

-Voy por la ropa de cama

-Gracias. 

Los retumbos de un trueno sacuden suavemente aquel hogar de madera.

Doña Rosa nunca se equivocaba en cuanto al tiempo. La vieja parecía tener una extraña conexión con la naturaleza que cualquier marinero hubiese envidiado, pero nunca un marinero llegó a conocerla. En el corazón del antiguo bosque en un valle rodeado de montañas se escondía su cabaña. Pocos llegaron a verla y muchos menos podrían decir que la conocen.

Raúl la conoció una noche muy parecida a esta, en este mismo lugar, y nunca olvidará lo que fue llegar hasta allí esa primera vez. Fue hasta el tercer día en el bosque que se dio cuenta que algo lo seguía. A la luz de la luna pudo ver la silueta del oso bebiendo agua del lago colina abajo. Esa noche hizo una fogata y durmió al alcance de las ramas encendidas, solo por si acaso… 

Así pasó las nueve noches que le siguieron, con el oso siguiéndolo o acompañándolo, todavía no estaba seguro. Una cosa sí sabía, no había nada que temer de ese oso, parecía ser lo único que no le asustaba de aquella tierra tan extraña. El día que no vio más al oso fue el día que llegó a la cabaña. 

Desde ese primer viaje siempre había sido así, cada vez que venía a este terrible lugar.

 

La vieja tiró unas pesadas mantas y una almohada sobre el largo sillón y Raúl supo que venía nieve.

Doña Rosa sabía que el mensajero dormiría al lado de la chimenea, pero igual le ofrecía siempre el sillón.

-Alejandro ha decidido cruzar. Ya sabe usted lo que quiere.

-Pues a buena hora se decide, poco tiempo le quedaba. ¿Tiene el pergamino?

Raúl extrajo de su viejo bolso dos rollos de pergamino, uno con un lazo rojo que contenía el mensaje y uno con un lazo negro para la respuesta de la vieja, un tintero de vidrio con tapa de corcho lleno de tinta negra, y una pluma resplandeciente ante la luz de las llamas.

-Ha enviado esto también. -dijo poniendo un pesado libro sobre la mesa

A Doña Rosa le brillaron los ojos por un instante fugaz y luego su cara se llenó de nostalgia como se había llenado de arrugas, casi imperceptiblemente.

-Sí gusta se lo puedo leer, ya veo que no podremos salir y sería un placer compartirlo con usted. Además, este nunca lo he leído. -dijo mientras veía caer los primeros copos de nieve que se acumulaban en el marco por fuera de la ventana.