Un viaje por Nepal

 

Diario del Himalaya

 

Un día a la vez…

Así empezó la aventura por aquella cordillera, Abuela de las montañas de nuestra Tierra, en lo que hoy es Nepal. 

La idea es caminar alrededor del macizo Annapurna, disfrutando los paisajes en el día, y el calor, alimento, y compañía de los refugios en las noches. Llevo un buen bulto con todo lo necesario (ojalá), y el resto, espero encontrarlo todo en el camino…

Un viaje siguiendo la luz y la montaña, hacia arriba y hacia adentro, para abajo y para afuera. Caminar, y descansar… Un viaje de vuelta redonda, para llegar a ningún lado, y terminar, justo donde empezamos…

…y empezamos aquí, ahora, en Katmandú.

Cabroblanco

Bhaktapur, Nepal

Media hora al este de Katmandú vive Cabroblanco. Bhaktapur es un pueblo tranquilo, en comparación con su vecino.

Me bajo del bus, cruzo un puente y entro caminando. No se permiten carros, o no muchos por lo menos, solo un montón de motos.

Todo el lugar parece estar hecho de tres materiales: ladrillo, madera y piedra. Templos budistas, templos hindús, templos destruidos y sombras de templos que ya no están o están por venir. Agregar gente y animales al gusto. Ocasionalmente los terremotos transforman el lugar.

En los callejones hay tiendas colmadas de impensables antigüedades, cuadros y todo tipo de cachivaches de esos que se ven increíbles en el momento y llegando a la casa parecen haber perdido toda su gracia, como las piedras del mar.

Camino entre ladrillos hasta una plaza adonde hay un par de grandes templos. Uno de ellos está constituido por una pirámide de plataformas de piedra sobre la cual se yerguen los 5 niveles cuadrados del templo a Lakshmi, en igual forma piramidal. Hermoso.

Subiendo por las escaleras paso entre todos sus protectores. Tallados en piedra, cada par es diez veces más fuerte que el anterior, según cuentan. Un par de guerreros, un par de elefantes, un par de leones, un par de grifones y un par de feroces dioses y… una cabra.

Al final de las escaleras hay un último guardián frente a la puerta cerrada con pesado candado.

Un chivo blanco inmenso con nariz rosada y cachos largos y gruesos, enroscados sobre su propio eje. ¡Qué cabro más lindo! —pensé.

Hago un amague de darle cariño, pero este se ve sorprendido y trata de darme un cachazo. Parece estar nervioso entre tanta gente y prefiero no molestarlo. Olerlo es suficiente. Tremendo y distintivo aroma.

Noto que no hay nadie cerca de la puerta, supongo algo por respeto a las tradiciones. Camino alrededor del templo y sigo deambulando, aún impresionado por el tamaño de semejante cabro.

Tomando café y explorando recuerdos me percato que no era alrededor de la puerta que no había nadie, sino del cabro blanco. Lo veo un instante en mi memoria. Sus cachos son tan largos que sin necesidad de levantarse puede con un movimiento de cabeza clavárselos a quién se arrimase a él, o a la puerta.

La siguiente noche después de cenar caminaba con una viajera entre los templos cuando empezó a llover y nos fuimos a refugiar a la orilla de un gran templo. Antes de llegar vi al gigante cabro blanco rondando por ahí pero no lo reconocí porque en la oscuridad lo confundí con un ternero.

Nos sentamos en el borde de la plataforma a ver la lluvia caer.

Llega a mis oídos el sonido de patas de cabra sobre ladrillo al mismo tiempo que un aroma inconfundible asalta mis fosas nasales. Se me paran de punta los pelos de la nuca. Vuelvo a ver y de la esquina sale Cabroblanco y se viene directo hacia mí, amenazándome con esos tremendos cachos. Trato de mantenerme firme pero cara a nivel de cachos la verdad que no vale la pena, me aparto de su camino. Salimos corriendo un poco. Yo me alejo bastante porque he tenido la suerte de ver como las cabras montesas brincan en los acantilados y sé que a este no se le ha olvidado nada de su salvajismo. Podría saltar la grada del templo al suelo y embestirme en segundos.

La viajera cree que yo soy un exagerado y extiende su mano para tocar al inmenso chivo…

Un latigazo de cabeza blanca con cachos acelerados que rozan su cara la hace brincar y decide mejor sentarse en otra parte.

Exiliado por una cabra diez veces más fuerte que los dioses me voy a sentar a un templo más pequeño que también me resguarda de la lluvia y el cual está habitado por perros amables.

Desde ahí veo a mi adversario hacer sus rondas alrededor del templo.

Llega un grupo de cinco Nepalís y pienso que al ser tantos, los locales tienen la ventaja.

Veo mientras la bestia se acerca despacio al grupo, intimidándolos, sabiendo que su aroma lo precede. Los más lejanos ríen nerviosamente mientras el primero en la fila se agarra del borde con sus manos tratando de mantener su posición hasta que no aguanta más y sale corriendo. El grupo se dispersa y el gran cabro pasa caminando imponente, enrumbado a revisar que no haya nadie sentado en los otros bordes del templo.

El grupo se espera a que pase el cabro y el susto y se vuelve a instalar, pero nunca logran estar tranquilos. Están siempre temblorosos, fijándose que no salga de la esquina con temor al punto que asignan centinelas y finalmente se van a otra parte.

A lo largo de la noche este animal aterroriza a quién se acerca a su templo.

El día siguiente lo vi en otro templo y lo vi de lejos…

Cada vez que me acuerdo puedo olerlo.

Cabroblanco, guardián de los templos.