El camino

Brilla el sol y todo es alegría. Los cantos de las aves y el profundo rugir de los congos llenan el aire de celebración. Verde todo alrededor, la jungla celebra la vida.

Camino despacio por el sendero de piedras de río y me detengo un momento para apreciar el momento, para vivir el camino sin dejar mi mente adelantarse a mi cuerpo. Ella quiere olvidarse del camino y solo piensa en el destino.

¿Cuantas veces me pierdo la caminada al Yoga Shala, a las olas, a la catarata?

No sé, pero esta vez estoy presente, y el camino es hermoso y nunca me había dado cuenta.

El camino es parte del destino. Ya estamos viviéndolo, pero nuestra obsesión con metas concretas no nos permite verlo, queriendo definirlo todo en un solo momento cuantificable y reduciéndolo a un papel, una foto, un billete…

No hay divisiones entre donde empieza una cosa y termina otra. El camino a la surfeada es parte de la surfeada así como el primer paso hacia un sueño es parte del mismo. Inventamos tantas divisiones, límites y etiquetas que no nos damos cuenta que tal vez no hay principio ni final, que todo es parte de lo mismo y que fluye constantemente.

Una ranita negra con verde brinca entre las hojas.

Cada paso que doy las redondas rocas me masajean la planta de los pies.

Un inmenso árbol de tronco claro se regocija en la luz de la tarde y en sus hojas se funden el verde y el dorado en un baile de luz al que se une una pareja de lapas rojas con una explosión de rojo, amarillo y azul entre carcajadas de color.

Llego a la playa y las piedras son perfectas, y las olas también.

Disfruto la remada.

Disfruto la surfeada.

Regalando sonrisas, disfruto el sol, la vida.

Pura vida

Simplemente disfrutar

A veces uno sale para ver la luna nacer en el horizonte y se encuentra una tormenta eléctrica amurallando todo alrededor. Nubes negras sobre la tinta del mar disparan rayos cuyos retumbos llegan rodando como el rugido de un inmenso jaguar.

Una estrella de luz verde bajo la tempestad, un pequeño bote en altamar.

Por un momento me alegro de estar viendo esto desde la playa, feliz de estar en tierra firme y deseándole lo mejor a los navegantes. Otra parte de mí, o tal vez la misma, siente el llamado a la aventura del mar, recordando tantas leyendas, cuentos y tormentas.

Veo a mi alrededor como los seres de la noche se apoderan de la oscuridad y me doy cuenta de que la aventura ya empezó. Es aquí, es ahora, es esto. Son las pesadas primeras gotas de lluvia. Es el relámpago que me quema en la retina la silueta de la última palmera solitaria en la punta de piedras.

El trueno ensordecedor me traspasa, retumbando todo en derredor y luego desaparece en medio de un profundo silencio como si se lo hubiese tragado la misma oscuridad…

Luz de luna

Flotando en medio de la bahía sobre la tabla de surf disfruto el final del día y el principio de la noche.

En la oscuridad del agua brilla azul algo que nada debajo mío. En el cielo la silueta de un pelícano trasnochado pasa volando bajo la media luna. La blanca luz transforma todo al blanco y negro en una escala de grises fundamental que me devuelve en el tiempo.

De pronto me siento expuesto en la oscuridad. Ocurre un cambio de guardia en el que los seres del día buscan refugio antes de que salgan las bestias de la noche. Veo a mi alrededor y me doy cuenta que estoy muy solo, todos se han refugiado y yo sigo aquí. La tranquilidad aparente y el silencio pesan en una oscuridad que los depredadores no comparten conmigo. Poco a poco me siento cada vez más en presencia de ojos que ven mucho más que los míos. No veo, pero soy visto. Levanto la mirada y las estrellas me dicen que es hora de partir. Escucho el estruendo de las olas reventando en las piedras de la punta y me alisto para lo que venga.

Una sombra negra se levanta mar adentro y remo con todas mis fuerzas, me levanto y forzando los ojos bajo la tenue luz de la luna logro surfear la ola hasta la orilla. Pongo los pies en la arena y corro playa arriba, perseguido por las olas de un mar de oscuridad. Siento el gran alivio de salir de las profundidades del miedo y camino rápido hacia una luz que me espera en el sendero, donde tengo escondidos un foco y las chancletas.

Cambio de perspectiva

Hoy fui al mar varias veces y no logré lo que quería, pero aprendí algo mucho más valioso.

Tabla en mano y bloqueador puesto, iba listo para surfear, pero no me tocaba. Las condiciones no eran favorables, casi no había olas, mucha gente y demasiado viento. El mar me recetó en vez una clase de yoga para el alma y la sonrisa en mi corazón no me dejó duda, lo necesitaba más que surfear.

En la tarde regresé a la orilla pero había todavía menos olas y más gente. Esta vez el mar me sugirió trepar un árbol y desde el tope del viejo almendro de playa me deleité con una vista espectacular del horizonte. Una vista de águila de los mil colores del mar…

…Sopla el viento y me balanceo en el cucurucho que se mece bailando entre cielo y tierra. Me tambaleo por un momento en la mente y riéndome vuelvo al corazón.

Tal vez no todos los días se puede surfear, pero siempre se puede disfrutar.

Monos ardilla

Suaves chillidos, los monos tití hablan en secreto mientras recorren el bosque cerca del mediodía.

Estos pequeños parecen ardillas en tamaño y ciertos comportamientos. No hacen mucho ruido y brincan por las más delgadas ramas, lo que les da un aire de ligereza. Son café caramelo por arriba y panza tirando a gris por abajo. Tienen una cola larga que termina en un cuarto oscuro casi negro que dejan colgar relajada casi siempre, pero la activan para los brincos. Su cara es color crema más clarito y todo su pelaje tiene un aspecto suave como la expresión en su rostro. Sus movimientos son ágiles y gráciles.

Andan unos veinte en este grupo, algunas madres llevan a sus crías, quienes se aferran fuertemente a su espalda. Madre e hijo combinados son si acaso del tamaño de la cría (en espaldas también) de la mona araña qué pasa braceando, colgando de eternos brazos y cola. Esta gigante pasa entre los titís sin preocupaciones y no más que un par de miradas casuales y a la vez curiosas.

El grupo sigue de rama en rama, caminando y saltando cortas distancias. Uno se detiene, revisa la parte de abajo de una hoja, agarra un bicho escondido y se lo come. Al frente llegan a una larga rama que termina solitaria en las alturas. Parece el final del camino pero los monos ni se inmutan. Sin dudarlo se lanzan al vacío estilo ardilla, con cría y todo, abriendo todas sus patas y la cola parece que no hace mucho pero ahí va, volando también. Suena un pequeño escándalo cuando el mono “aterriza” o mejor dicho “arboliza” en un aparente caos, agarrándose de lo que pueda en ramas que se doblarían con el reposo de un colibrí. Las ramas se doblan, hojas se arrancan, la cría se aferra…

Un ínfimo instante se estira por siglos.

Madre, rama y cría finalmente logran aferrarse al milagro de la vida y continúan su camino como si nada hubiera pasado. Un pájaro grande y oscuro sale volando de una sombra en medio de los monos, dejando la invisibilidad de su percha para ir a dormir en otra parte.