Aquí pegan de frente todas las furias de las tormentas marinas.
Las olas revientan cada vez más cerca y escalan la playa como queriendo salirse del mar. Blanco y espumoso el fiero hocico de un océano rabioso llega casi a la puerta de la casa. Ahora el viento se le une y solo falta la lluvia para que sea una tempestad.
Las hojas de las palmeras suenan sin parar y las que no logran aguantar se arrancan y con tremendo estruendo se arrastran aferrándose a los troncos durante su caída hasta llegar al suelo en un triste golpe final.
Suenan los ruidos sordos de las pipas que caen como meteoritos en la arena y un panal se menea terriblemente mientras un pueblo entero de avispas se aferra por la vida.
El pasto y el churristate ya no bailan sino que se doblan y se les dan vuelta las hojas que les quisiera arrebatar el despiadado viento.
Éste se enoja más y en su colerón le arranca las crestas a las olas y la espuma gruesa y blanca vuela al cielo elevada como nieve en una tormenta de otras latitudes…
Extracto de Diarios del carrocasa. El día del vendaval