–Diario del Himalaya–
Amanece lloviznando, frío y ventoso.
Un grupo de mulas y burros se queja de que lo muevan a tal hora en este frío, pero bueno, ya saldrá el sol… Me caliento las manos con la taza de té hirviendo y escucho las campanas de Nepal. Perros, caballos, mulas, todo tiene su campana, y los gatos andan chilindrín.
El terreno es cada vez más desolado y pedregoso. Vamos caminando cerca de unos extraños riscos cuando de repente un montón de rocas alza vuelo en un aleteo frente a nosotros y se va volando a las paredes de piedra. ¡Una bandada de Chukar! Aterrizan en el risco como gallinas salvajes y ahí se quedan tranquilas escalando. Poco a poco van perdiéndose entre las rocas, convirtiéndose en ellas, hasta ser una vez más, piedras en la montaña.
Este acto de magia salva a muchas Chukaras de ser devoradas por el Águila Dorada, pero en las noches es otra historia, más romántica y menos terrorífica, pues se dice que las Chukaras están enamoradas de la Luna, y la miran perdidamente cada vez que pueden…
amor eterno
Hermosa Himalaya.
Llegamos a Manang. Lodge divino de madera, tres pisos. Ducha con agua caliente! Lavo ropa en palangana y me encanta, creo que escurrirla puede ser mi parte favorita. Se llega a conocer muy bien la ropa, lavándola a mano.
Paso la tarde andando por el pueblo con Rastaman, a quién había conocido brevemente en la oscuridad de la cocina en Timang. Nos tomamos una sidra de manzana y me comparte mucho de su conocimiento local y toques del camino. En el centro comunal proyectan películas todos los días. Increíble!
Me tomo un café de verdad y me como un filete de Yak.
Dolor de panza toda la tarde intermitente.
Me asomo en un casamiento lleno de buenas vibras y celebración.
Noche estrellada. Vista de glaciar desde la ventana. Tres cobijas.