Una vez decidido nada me para. Empiezo a encontrar la dirección y poco a poco, como una corriente que empieza a tener velocidad, todas mis acciones y todo a mi alrededor empieza a tomar el mismo rumbo. Trato de aprovechar los picos de motivación del planeamiento y de haber tomado la decisión para atravesar las barreras más difíciles, como empacar y preparar todo. Paso por la batalla de querer llevar todo pero no querer cargar ni empacar nada y por miles de indecisiones, siempre sabiendo que menos es más. Me doy cuenta de que mis apegos son muchos, son más que las cosas que de verdad hago. Eso me ayuda a simplificar un poco y llevo solo lo que uso, y un par de cosas que no uso, y algo más, “por si acaso…”
Cuando finalmente me voy moviendo ya no hay nada más que decidir, solo hay ir, y eso es hermoso.
En el ir paso a través de tormentas y tempestades y el sentido de urgencia es tal que tengo que respirar profundo para calmar la prisa. Trato de no gastar toda mi energía en la presa para salir de la ciudad pero estoy muy emocionado. Ahora no hay otra cosa más simple y alegre que entregarme por completo y fluir con la alegría y el movimiento del universo. Todo es perfecto cuando dejo de tratar de cambiarlo.
Llego adonde Javier y Nereida y los chiquillos y los perros y las loras y otras visitas, todos muy sonrientes y ahí está mi lugar, frente al mar, un 10 perfecto.
El mar, que siempre me sorprende, me sorprende una vez más. Me da chance de preparar mi campamento y me enseña que no siempre se puede a la primera, pero que se puede, y que las cosas pueden ser aún mejores de lo que imaginábamos.
Entro al agua esperando, o mejor dicho, confiando en un milagro y recibo el infinito, más milagros de los que jamás había visto están ahí, ocurriendo al mismo tiempo. Y lo mejor de todo es que siempre habían estado, y siempre están siendo, aquí y ahora.
Salgo feliz en la oscuridad, abrazado por una luz interior que ilumina a otro nivel.
Saco la cocina, me como una avena caliente y me siento a tomar un té frente al mar. Veo una increíble rayería en medio de la cual flotan moles de barcos y al fondo ruge un viejo furgón que por un momento acompaña a los grillos y las olas en la sinfonía de la noche.
Sonidos y latidos de millones de corazones se escuchan y se sienten. Un viento que viene del mar llega de repente, mensajero de tormenta. Seguido de cerca por las primeras gotas de agua me avisa que me prepare y que no lo piense dos veces antes de ponerme a preparar mi refugio. Como un marinero en los viejos veleros de los libros me fajo tallando un poco aquí, soltando un poco allá, aprendiendo de las cuerdas y los nudos de la vida.
Satisfecho me siento apenas a tiempo para escuchar pesadas gotas caer sobre el toldo, latidos de incontables diminutos corazones.
Alegre y feliz voy a darle las buenas noches a mi anfitrión y recibo el mejor regalo que me podrían haber dado además de las buenas noches; dos espirales para defenderme de los mosquitos.
Sintiéndome totalmente bendito bajo el murmullo de la lluvia me acuesto en mi hamaca a descansar como pocos reyes habrán descansado. En paz.
A esas sensaciones aspiro desde ya! Precioso e impactante por la capacidad de cambiar la forma de ver la vida. Lindo, Javier! Un comentario lleno de sabiduría.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Así es, vamos con todo! Gracias por leer, un abrazo.
Me gustaMe gusta
Buenisimo como siempre, muy motivante e inspirador!! Felicidades y sigue escribiendo, ahora lo espero todos los lunes para empezar la semana !!! Pura Vida!!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por tan bonito comentario! Me alegra mucho saber esto y a la vez me motiva a seguir! Gracias a vos!
Me gustaMe gusta