Lento y cómodo el tren empieza a moverse y por un momento parece como si la estación fuera la que se va y el tren el que se queda.
Poco a poco va cogiendo velocidad y solo si uno se asoma por la ventana se da cuenta de la tremenda velocidad a la que ahora viajamos.
En las curvas se siente un arco suave y alargado, el peso tira levemente de lado y vuelve al inevitable centro.
Afuera pasan los amplios campos abiertos del Sur de Portugal. Naranjales. Campos y rebaños de ovejas. Ruinas de casas abandonadas, sus paredes de piedra y techos de teja colapsados cuentan cuentos de otros tiempos.
El mar.
Pienso en cuando sean así los viajes por el espacio mientras me levanto y voy al baño.
Ver por la ventana las estrellas y los asteroides pasar, leyendo un libro, tal vez tomándose un té, un té de estrellas y galaxias nebulosas…