El sendero se ha puesto morado, cientos de flores han bajado de los árboles para compartir con nosotros y su dulce aroma me llena de alegría.
Esta alfombra de diminutas flores convierte mi día en un cuento de hadas… Y es que la magia está por todas partes, si abrimos los ojos, la mente y el corazón.
Sigo caminando descalzo hasta adonde el sendero cambia de piel y viste el café de la tierra con un toque más claro de hojas secas de palmera y de vez en cuando una joya de piedra de río.
Entre mar y jungla veo en el camino una pequeña culebrilla negra, pero sigo subiendo la mirada de la cola y sigue y sigue y sigue, haciéndose gorda y brillante por más de dos metros hasta adelgazar un poco justo antes de terminar en su cabeza manchada de amarillo claro. Se desliza lentamente, casi vagabunda disfruta el sol mañanero y en silencio desaparece entre la maleza sin dejar más rastro que el de mi boca abierta.