Diarios de Tonsai, Tailandia
Voy a la playa a ver el atardecer. Me dedico media hora a contemplar este espectáculo.
Las caras de los acantilados se mantienen tranquilas como el agua de mar, inspirando quietud. Parece que ya se va a hacer de noche y no habrá más atardecer, cuando de repente tras el acantilado empieza a brillar un fulgor naranja que incendia todo el cielo. Las nubes arden desde adentro como hierro fundido.
La marea está llena y entran y salen los últimos barcos cola-larga del día. Pronto, el día será no más y se vivirá la noche.
El naranja se torna rosado y suavemente desaparece la tarde para revelar una nueva luz. La media luna brilla blanca a través de las nubes y las ramas de un tenebroso árbol seco. Entra la oscuridad y se esparce por todos los rincones, retada solo por los pozos de luz natural en la luna, las estrellas y las luciérnagas.
En el pueblo algunas luces de la calle y en los restaurantes son estrellas en el vacío, como las sonrisas entre la gente…