Ko Tao, Tailandia
Me levanto antes de que salga el sol, emocionado por ir a explorar las profundidades del océano.
Un saludo a un sol durmiente, un trago de agua y estoy listo.
Elijo ir caminando por la playa, en el gris del pre amanecer. Los barcos flotan sobre la superficie desierta del mar, que esconde tanta vida en sus entrañas. En el horizonte inmensas cumulonimbos forman una cadena montañosa que amenaza con tormenta.
Llego al centro de buceo donde todos están medio dormidos. Poco a poco empieza a despertar la emoción mientras alistamos el equipo. Tanques de aire suenan como campanas al amanecer. Reguladores, máscaras, bc´s, patas de rana, todo va para los pickups y nosotros también. Esta vez me mandan en la cabina, como un pachá. Al regreso disfrutaría el aire fresco, sentado atrás junto al equipo que nos facilita explorar bajo el agua.
Llegamos al puerto donde nos espera el viejo barco de madera. Es grande, azul con celeste y un capitán tai que cambia como el mar.
Empieza a llover mientras salimos de la bahía hacia el Pináculo de Chumphon, una gigante torre de piedra debajo del mar. Me toca de “dive buddy” un señor con cola larga y dientes desgastados como los de un caballo viejo, aventurero por décadas. De “dive masters” nos acompañan un flaco tatuado de tragedias y un tipo muy alegre con tremenda barba roja.
Ensamblamos el equipo y comprobamos que todo está en orden antes de dar el paso gigante, el paso entre dos mundos.
En un paso, todo cambia y nos convertimos en exploradores en un mundo submarino, aquanautas…
Al caer todo queda atrás en una explosión de blancas burbujas que al disiparse revelan el primer vistazo de los secretos escondidos bajo el espejo de la superficie. Azul, azul, azul… Ingravidez… Abrumadora inmensidad. Me asalta la misma sensación que da al contemplar el cosmos en las noches más estrelladas.
Peces plateados pasan frente a nosotros, nadando sin esfuerzo y aparentemente sin rumbo, de un lado a otro. El único sonido es el de mi propia respiración a través del regulador. Columnas de burbujas que vienen desde abajo nos avisan que no estamos solos.
Descendemos siguiendo una vieja cuerda color crema cubierta de bivalvos que nos guía desde la boya que flota en la superficie hacia lo desconocido de las azules profundidades. Inmensas escuelas de peces plateados se mueven como un solo animal y forman una pared llena de ojos que fluye ante nosotros, reaccionando ante el menor movimiento repentino con la velocidad de un rayo. Seguimos bajando y vemos el pináculo por primera vez. Es una explosión de vida, cubierto de corales, esponjas, anémonas y rodeado de peces de todos tamaños, alberga vida en cada rincón. Una escuela de diminutos peces del tamaño de almendras nos envuelve, nadando a escasos centímetros todo alrededor.
Dejamos la línea y nos acercamos al borde del pináculo. Una inspección cercana revela la presencia de peces morados que viven perfectamente camuflados en el baile de las anémonas. Lo que parecen ser flores amarillas, rojas, blancas, anaranjadas y moradas que salen de los corales, resultan ser gusanos que se retraen en una fracción de segundo, desapareciendo en un acto de magia si algo se les acerca demasiado. Un inmenso Grouper levita tranquilo en las sombras de una cueva, con ojos como los de una vaca y una boca que puede engullir en un instante a la mayoría de especímenes a su alrededor. Hacia arriba se ve el borde de la roca y las siluetas de los peces. Hay algo grande entre ellos. Ante el trasfondo brillante de la superficie lejana se destaca la forma de una masiva barracuda. Pasan ángeles, compartiendo en sus escamas azules y amarillos que desafían cualquier paleta de color jamás imaginada fuera del agua. El “dive master” nos señala un “Harlequin Sweet Lips” que se esconde en un coral, dejando ver solo partes de sus manchas blancas entre su color rojizo y los brazos del coral. Otra señal y vemos dos babosas cuyos colores revientan los límites de lo posible. El blanco más blanco, destacado por un negro tan vacío como el espacio, amplificado por anaranjados y amarillos imposibles, en una textura que tienta a romper todas las reglas de “ver y no tocar” del buceo. Todo el universo en una babosa de mar.
Seguimos nuestro recorrido entre lo inimaginable por la eternidad del ahora, finalmente emergiendo de las profundidades para compartir con quien lo quiera el hechizo del viaje submarino.
Nuevamente épico, leerlo es como estar ahí con vos!!! Maravilloso!!
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Pura vida! que bueno que te gustó
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Excelente! Fue como estar ahi. Cada vez escribís mejor, me encanta tu uso de metáforas. Seguí escribiendo.
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Muchas gracias! Que bueno que lo disfrutó
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