Soñando despierto, Costa Rica
Hace rato que vengo con la idea de kayakear toda la costa del Pacífico. Bueno, la verdad que no fue la idea original, pero de querer hacer un viaje largo en kayak a toda la costa, no pasó mucho tiempo. El fuego de la idea revivió cuando salimos a remar bajo las estrellas en Cuajiniquil hace ya un par de meses. Una sensación en el momento que ahora no puedo pintarles con palabras. Una sensación increíble que daba a luz dentro de uno al deseo, al deseo de remar toda la noche, y considerarse afortunado de poder hacerlo mientras uno se pregunta a sí mismo por qué diablos no hace cosas así más a menudo? Qué puede ser comparable a eso? De momento, nada.
Yo les voy a decir cuáles de esos diablos son los que conozco. Los que conozco íntimamente y por experiencia propia. Los que no conozco, pero no descarto que puedan estar aquí, ahora mismo, sin que yo lo sepa, pues de esos no les puedo contar. Conozco bien al diablo de la vagabundería, pero este crece y se marchita rápido si uno le permite ahogarse en su propio egoísmo, irónicamente, muere al recibir lo que él mismo pide. Por eso no me asusta tanto. Conozco al diablo del miedo, el miedo a que algo pueda pasar, una tragedia. Pero este rápidamente es espantado por su hermano mayor, el diablo del miedo a que no pase nada, a cometer el gravísimo error de no tener la certeza absoluta de poder intentar lo que sea, cualquier cosa, lo que se me ocurra, y de que puede que incluso lo logre. Miedo a no hacer nada y arrepentirme. Miedo a caer ante este gran diablo, y lo digo así porque hemos forcejeado como un par de luchadores greco romanos por mucho tiempo a lo largo de esta vida, eterna hasta el momento. En ocasiones me ha tenido por años. En otras, yo a él. El diablo del confort. Me ataca de a poquitos, con golpes al cuerpo que no parecen tener la menor importancia. Un día viendo tele, no va a pasar nada, eso pienso. Pero por ahí se mete y empieza a crecer adentro y se hace cada vez más fuerte. Es como un umbral donde incesantemente está creciendo una barrera, que se rompe y tiene que empezar nuevamente cada vez que la atravesamos, cada vez que hacemos algo. Cada vez que salimos de nuestra zona de confort. Si la paso una vez a la semana ni se siente, pero ya al mes cuesta, se ha vuelto mucho más fuerte, la fuerza necesaria para romperla es proporcional a la cantidad de tiempo (sin tomar en cuenta la posible elasticidad del tiempo) que ésta lleva sin romperse. Lo que tenía al inicio una fuerza imperceptible, invisible, creció a ser primero algo como una tela de araña, luego un vidrio, volviéndose cada día más fuerte y al mismo tiempo minimizando su zona vulnerable, hasta llegar a tener un extraño parecido a la redonda ventana de un submarino nuclear, aparentemente imposible de romper, pero que siempre deja ver el otro lado. Este diablo me permite ver lo que quiero, y todavía no sé si lo hace por crueldad, para aumentar mi sufrimiento, o si es un diablo que en el fondo quiere ser derrotado y por eso me alienta con la visión de la esperanza, me da una razón para luchar. En ese momento me doy cuenta que yo no estoy viendo hacia afuera desde adentro, yo no estoy atrapado en el submarino sino que yo soy el océano, y el submarino está atrapado dentro de mí y que su objetivo es atraer toda mi atención hacia él, y sostenerla descendiendo cada vez más profundo hacia las tinieblas donde es más fácil convencerme de que no hay nada más. En ese momento soy los dos y me veo a los ojos y se rompe la barrera. Pero entre más profundo llegue más difícil es, y aunque lo haya hecho cien veces no estoy seguro de poderlo hacer siempre. El temor no es la batalla, es la vida que se pierde en ella. Por eso trato de pasar cuando todavía es un vidrio y ojalá antes, pero a veces vuelvo a ver y ya hay una barrera considerable, y siento que tengo que prepararme para romperla, pero mientras yo me preparo ella se fortalece y lo único que logro es aumentar la magnitud de la batalla. También debo mencionar que esta barrera es un diablo de todo o nada, y esto es para mí específicamente. Una vez que empiezo a luchar contra él no ha habido vez que no termine en mi victoria, pero la batalla es a veces una guerra y se sufre sin parar. No es un enemigo al que se le pueda ir haciendo daño lento, despacito, como él lo ataca a uno, porque él puede recuperar y fortalecerse mientras uno descansa. Una vez que se empieza esta lucha no hay tregua hasta que el enemigo haya sido derrotado, y es agotador solo pensarlo, y eso es exactamente lo que usa para crecer. Me convence de dejar la batalla para “la próxima” porque es un diablo astuto. Explota todas mis debilidades y le rehúye a mis fortalezas, pues me conoce desde siempre. Se habrán dado cuenta ya los que venían pensando en sus propios diablos que este diablo, precisamente y no por casualidad el más poderoso, sigiloso y peligroso de todos los diablos, es como verse en el espejo. Si no lo ven puede que no sea así para ustedes, o puede ser que todavía no han conocido a todos sus diablos, pues los más escondidos son los que más daño hacen. Nuestros diablos somos, nosotros mismos.
Ya explicado “por qué diablos?” podemos volver a la historia original, en la que voy navegando hacia las estrellas pensando en todas las cosas increíbles que deben haber a lo largo de toda la costa del Pacífico de Costa Rica. Cuantas bahías reflejan a perfección la luna en el instante elusivo que cesa de soplar el viento por el tiempo suficiente para que se calmen las aguas? Ver reflejadas las estrellas en el espejo del manglar. (Tal vez para ese momento sería bonito un grupo para minimizar el posible pánico que podría desatar la presencia de uno o varios cocodrilos reales y/o mentales.) Pasar la noche viendo las estrellas desde la hamaca en alguna isla desierta…